28 jul 2008

Manual de ortografía , Pilar Galán

MANUAL DE ORTOGRAFÍA (ERÓTIKUS) Pilar Galán. Editorial De la Luna Libros, Mérida, 2003 ¡¡disculpad la extensión pero creo que merece la pena!! (la cursiva indica la voz de ella en estilo directo, sus palabras; la escuchamos) Los colores es cosa mía.


No preguntas nunca, me acaricias. Dibujas interrogaciones con tus dedos. Me llenas de puntos suspensivos, salpicas la cama de cursivas.

Intento hablar, no me dejas, me tapas la boca con tus manos, me llenas la boca de tus manos, como si atraparas mis palabras, me arrancaras las cosas que quiero decirte y las arrojaras fuera.

Te ríes, juegas conmigo, me moldeas a tu antojo. Me abrazo a ti como un naúfrago, mareada por un olor que no conozco, me dejo hacer, te hago, te construyo en cada beso, me muero si me tocas, me muero también si no lo haces.

Luego, abrazada a ti, pregunto, no contestas, no me mimas, no dejas ni un resquicio a la esperanza. Dices, acabará pronto, tiene que acabarse, mientras tus dedos acarician mi espalda, te irás, cuando tú quieras, somos libres. Dejas caer tus palabras con descuido, sin miedo, certeras como dardos, agudas. Las recibo en silencio, sin protesta, me dejo hacer. Como siempre, también en esto me llevas ventaja.


Intento hablar, no me dejas, como si nada quisieras saber de mi otra vida. A veces pienso que te importa. Entonces, soy feliz. Otras veces pienso que no, entonces soy terriblemente infeliz. Te digo, me da igual lo que pienses, porque cualquier cosa es terrible, tanto si me dices que mueres por mí como si te soy indiferente. Te sonríes. Es peor aún que cuando ríes abiertamente.

Luego me ducho rápido, en silencio. Me da vergüenza mostrarte ahora mi cuerpo desnudo. Salgo disparada, sin mirarte, pero aún me queda aguantar tus bromas, tu intento según tú de quitar hierro a los asuntos...

A cada duda respondes con certezas. Digo, me hace daño venir. Dices tú, no vengas. No es tan fácil, te contesto. Si te sientes mal, no vengas, repites, tan distante que dan ganas de arrojarte a la cara tus caricias.


Hablas mejor que yo, al menos de estos temas. Estás acostumbrado a tratar con sentimientos: los vendes, los pesas y analizas, subrayas, recortas, coloreas. Pones negritas y mayúsculas, llevas una base de datos con comillas. De cuando en cuando sacas una frase, la agitas ante mí, la estiras, desempolvas su sujeto y predicado. Esto dijiste la semana pasada. Otra vez prometiste que no iba a pasar nunca más. No te quejes ahora.

No puedo pelear contigo en ese campo, tienes razón. Me asustan tus adverbios: nunca, siempre, ahora, sobre todo ese ahora elástico y perecedero en que quieres instalar lo que me pasa. Que dure lo que tenga que durar, me dices, eligiendo con mimo las palabras.

Yo me callo. Me trago sustantivos, nexos, oraciones enteras. No me atrevo a hablar. Sé que tú tampoco, que lo que me dices no es del todo cierto, que te has blindado contra mí para no hacerte daño. Te prefería al principio, sobre todo, cuando jurábamos de verdad que las cosas eran imposibles, que nada iba a suceder, que no podíamos ser tan locos. Cuando intento decírtelo, te sonríes. Si sé que vas a dejarme para qué enamorarme de ti, no puedo enamorarme de alguien que no me necesite.

Asiento, con un nudo en la garganta, con un tapón que forman subjetivos, los si fuera del mundo, los acasos, los ojalá que me prohibes porque no tienen sentido. Sólo hablamos en imperativos e indicativos. Nunca condicionales, nunca deseos. Tu gramática no deja lugar al imperfecto, no caben tampoco los futuros. En tu sintaxis todo es enunciativo, breve, rápido y certero.

Dices, si no quieres venir, no vengas, no me llames, no me busques. Sé sensata. No utilizas nunca un adjetivo. Tu lingüística está hecha con los años que me sacas, a jirones de otras mujeres, de cosas pasadas, y la impones con energía a tu discípula, sin piedad alguna, por mi bien. Sigue las instrucciones y no saldrás dañada. Pero yo no puedo ser tan fría.

Cuando salgo de tu casa, la realidad empieza a conformarse. De nuevo, me digo, de nuevo habrá que empezar a edificar los días, desde abajo, desde justo ese punto del estómago donde nacen las náuseas. La luz de la mañana se derrama como polen de oro, tengo frío, me da miedo la vuelta a casa, los reproches, sentir su boca, saber que la mía no sabe a tus palabras, querer gritar, llorar, vaciarme por dentro. Saber también que no puedo, saber que tienes razón, aunque me duela, que te blindas contra mí porque has puesto fecha de caducidad desde el principio, como si mi presencia en tu casa fuera un regalo inesperado, una ofrenda que alguien ha querido hacerte.

Al compás de los días enhebro mi discurso, reparto con cuidado conjunciones, añado núcleos mentirosos, digo: tenemos que dejarlo, me haces daño, pero mi mano se empeña en escribir, acude, corre, dame besos, deja que mi cuerpo nazca en tus dedos, dibuja otra vez interrogaciones, no preguntes.

Salpico mi texto de cursivas, subrayo lo importante, distribuyo mayúsculas y negritas, razono, expongo mi tesis, intento ser sensata, construyo un texto argumentativo, te narro, dialogo, trato de describirte, me convierto en narrador omnisciente, me vuelvo personaje, escribo prólogos y epílogos, me muero por borrarte de mi índice.

Con mi texto corregido, te llamo el día anterior como una niña, temblando de los pies a la cabeza, presintiendo como siempre que vuelvo a equivocarme. La pasión empieza en el segundo exacto en que empiezo a marcar tu número. No estás. La tarde se convierte en una sucesión de horas que deben llenarse hasta la noche, hasta que vuelvas y oigas mi mensaje, y yo sepa que sonríes ante mi voz temblona. O lo que es aún peor, esperar que constestes, sentir el alma en vilo, dormirse sin saber aún qué va a pasar mañana.

Contestas por fin. Con mi carpeta a cuestas, voy a tu casa, preparada para ti, por qué engañarme, duchada, con crema, oliendo bien, suave sin querer para tus manos. En la cabeza llevo un memorial de agravios, pero mis dedos se mueren por enredarse en tu pelo.

Luego, como siempre, hago el imbécil. Me escuchas, me das la razón, asientes. Dices que ya estabas preparado, que lo sabías, me deseas suerte en mi nueva vida, me ofreces café, no preguntas, como si no quisieras saber nada más de lo que digo. Me muero. Me levanto. Me acompañas a la puerta y me derrumbo en el justo instante en que me abrazas, o te abrazo yo respondiendo a un gesto tuyo apenas insinuado.


No preguntas nada, me acaricias, dibujas interrogaciones con tus dedos, salpicas la cama con cursivas. Mi cuerpo es tu folio en blanco, lo dibujas, lo llenas de palabras nunca dichas, arrancas jadeos y aliteraciones, curvas de entonación, acentos, súplicas... Me muero en cada palabra que no dices, despierto en cada caricia sin sonido.

No preguntas nada, sólo recorres las páginas con tus manos, borrando subrayados, tesis, conclusiones, riéndote a carcajadas del narrador omnisciente, mezclando descripciones, comas, negritas y mayúsculas.

Y, cuando estoy vacía, me llenas de nuevo, con tus signos.

Pon tu punto final.

Te lo suplico.




**¿CÓMO LO REESCRIBIRÍAS TÚ, AMABLE LECTOR? No me "mola" nada la actitud cuasi pasiva de la "tipa", sobre todo al final. Me parece consciente de su LUCHA y lo expresa de un forma expresiva y bella.Otro día "la recompongo" a mi medida.