*Aunque con casi un mes de retraso os traigo aquí las palabras de Jesús Arroyo el poeta y amigo que me invitó al ciclo de poesía "No es bueno repetir lo que está dicho" en el café Gadir.
Silvia
Gallego nace en el mismo lugar en el que falleció Fernando el Católico, Madrigalejo,
localidad cacereña donde sus gentes y visitantes se endulzan con escaldaillo, siempre que sean bañados en aguardiente.
Gemela
de la movida
extremeñeño-madrileña, ya que nace en ese año en que Madrid comienza
a nutrirse de libre cultura, de cantautores dispuestos a dejarse la voz (y
algunos la vida) por los bares del barrio de Maravillas (desde entonces
Malasaña) y de poetas que pisan Lavapiés en busca de un micrófono que grite sus
versos o de una editorial que les incorpore a su catálogo.
Profesora de Lengua y Literatura, imparte clases a “aborrescentes” de secundaria, por lo que..
ya tiene el cielo ganado. En estos momentos, está preparando la Tesis sobre la obra crítica de José Luis Cano,
perfecto conocedor de las generaciones del 27 y del 36.
Ha
publicado las plaquettes Trazos de color en
2008, Besos de almohadilla en 2009 junto a
otras y ha sido incluida en Antologías como Radiografías
poéticas o Enésima hoja. En el 2013
hemos tenido la suerte de espiar en su bolso, ya que así se titula su primer
libro, ESPÍA
MI BOLSO, editado por Cuadernos del Laberinto y prologado por Luis
Alberto de Cuenca. He tenido la suerte de leer estas casi ochenta páginas y es
puro erotismo y, como decía Luis Alberto, pícara ingenuidad.
Amante
(y esto no es su vida rosa) de Gustavo Adolfo Bécquer, Antonio Machado, Luis
Cernuda, Mario Benedetti, Pablo Neruda, Gil de Biedma y Ángel González que con
su verso da nombre a este ciclo.
Cree
que la poesía –y tal vez por eso sea lectora- amplía visiones, muestra
recovecos y nos regala el juego y el placer de la palabra.
Ángel
González decía algo similar:
A VECES
Escribir un poema se parece a
un orgasmo:
mancha la tinta tanto como el semen,
empreña también más, en ocasiones.
Tardes hay, sin embargo,
en las que manoseo las palabras,
muerdo sus senos y sus piernas ágiles,
les levanto las faldas con mis dedos,
las miro desde abajo,
les hago lo de siempre
y, pese a todo, ved:
no pasa nada.
mancha la tinta tanto como el semen,
empreña también más, en ocasiones.
Tardes hay, sin embargo,
en las que manoseo las palabras,
muerdo sus senos y sus piernas ágiles,
les levanto las faldas con mis dedos,
las miro desde abajo,
les hago lo de siempre
y, pese a todo, ved:
no pasa nada.
Lo expresaba muy bien César
Vallejo:
“Lo digo, y no me corro.”
“Lo digo, y no me corro.”
Pero él
disimulaba.
Breves acotaciones
para una biografía, 1971.
Dejemos
de disimular y que los escaladillos sigan endulzando paladares de mesa y postre
y endulcémonos con la poesía de una mujerque sacará del bolso muchos de sus
secretos.
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